martes, 31 de enero de 2012

Just follow the Chiringas © Haydée Zayas


Andrew era un norteamericano nacido fuera de lugar. Le encantaba el arroz, las habichuelas, las mujeres de caderas anchas y bailar salsa. Consideraba el olor a cilantro y ají dulce en el cuello de una fémina lo más erótico del mundo. Lo enviaron a trabajar a Puerto Rico como castigo. Por irreverente y transgresor de las normas, o sea, excusas de su supervisor para deshacerse de ese gringo torcido. Nunca había estado en la Isla, pero sabía que hablaban español, se pagaba con dólares y eran ciudadanos americanos. Lo que para otros era un limbo confuso y sin sentido, a él se le antojó el paraíso.
Andrew vivía feliz. En teoría trabajaba de lunes a viernes, pero los jueves, con la disciplina de promesa hecha a algún santo, se agarraba una borrachera y los viernes sobrevivía como podía. El fin de semana era para conocer Puerto Rico, le encantaba el olor a mar en el Caribe. A veces se tendía al sol en alguna playita hasta quedar como camarón hervido.
El domingo de esta historia andaba recorriendo el Viejo San Juan; fascinado con el arcoíris sutil de edificios. Quiso perderse en los callejones, donde su mirada hurgaba entre las rendijas de las puertas y les robaba un pedazo de cotidianidad, para imaginarse tomando café en uno de esos patios interiores. Le preguntó a las primeras caderas abundantes que vio: ̶ ¿Dónde es el Morro? ̶ haciendo alarde de su español. ̶ ¿Dónde es?, será ¿dónde está el Morro? ̶ ripostó ella. Él era casi inmune al ridículo, así que su autoestima sintió apenas un pinchacito. Ella hablaba demasiado rápido para su bilingüismo cojo. Decía algo sobre derecha, izquierda, acera, cementerio… ̶ ¿Cementerio?, no, no, no cementerio no, Morro ̶ le aclaró entre risas. ̶ Yo sé, yo sé ̶ repetía ella a carcajadas. ̶ Sabe qué, ¿ve eso en el cielo? ̶ y señaló un bandada colorida que correteaba al antojo de la brisa. ̶ Just follow the chiringas, follow the chiringas y ruegue que no cambie el viento ̶ . Ya el gringo se alejaba cuando a María le apretó el “ay bandito” y se fue a acompañarlo. Con María supo lo que era la ruta turística de la carretera número uno de Caguas a Río Piedras, con ella vivió la palabra retozar y mucho antes de lo que le hubiera gustado, se le fue a justa. Le dio demasiada cabuya a ese cometa, y cuando fue momento de recoger, hacía rato que otro se la estaba volando.
Fue estrepitosa la caída. Cómo lloriqueaba recostado de la vellonera. No entendía las canciones, pero presentía que la música de tríos hablaba de desamor, de traiciones, de Marías. Un buen día lo sorprendió la noticia de que lo trasladaban a Miami. No quería irse de Puerto Rico. Andrés sintió entusiasmo por el cambio cuando recordó que en Miami, hay Marías de toda América Latina.

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